Thursday, October 9, 2008

La boda del siglo

Julian y Alicia se casaron el sábado luego de largos años de noviazgo. Era la pareja joven de Villa Traición: las ancianas que les veían caminar por la plaza, suspiraban recordando amores de antaño, y el párroco de la Iglesia, el Padre Fidel, los usaba de ejemplo cuando hablaba del ideal del noviazgo y de la abstinencia sexual.
Fue decisión de Julian encargarse de los preparativos para la boda. Esto sorprendió a todos, especialmente a la familia de la novia, que se vio libre de la gastaera que conllevaba el evento. De todas formas comenzó el correcorre: que si el local, que si las flores, que si las invitaciones, que si hablar con el cura, que si la Iglesia, que si los centros de mesa, que si la comida, que si las almendritas, que si la agrupación musical para la recepción, en fin, la avalancha de llamadas telefónicas, tarjetazos de crédito y firmas, continuó por días. En menos de tres semanas ya estaba todo listo.
Fue una ceremonia hermosa. Don Rogelio entregó a la novia, vestido de marino de guerra, Doña Eliza cantó el Ave María, Dieguito llevó los anillos y a los novios se les veía muy felices. Luego vino el beso, el arroz y el "¡Que vivan los novios!".
La recepción fue el gran acontecimiento. Justo cuando ya todos estaban acomodados en sus respectivas mesas, Julian agarró el micrófono y dijo: "... Quiero darle las gracias a todos por haber asistido a esta boda, ahora bien, bajo sus sillas hay un sobre... por favor, ábranlo ..." Mientras se escuchaba el crugir del papel los semblantes de todos cambiaron. El sobre revelaba varias fotos de Alicia besándose con otro hombre. Julian miró a Alicia, que parecía no entender nada, y le dijo: "Eres una zorra malagradecida. Quiero el divorcio", le pasó un control remoto, "Dale play" y se fue. Alicia se quedó con la boca abierta, oprimió el play y de pronto en una de las paredes del local se empezaba a proyectar un vídeo comprometedor de Alicia junto con el hombre que besaba en las fotos, nada más y nada menos que Ramiro, el hermano de crianza de Julian.

Monday, October 6, 2008

El Libro de Manolo José

Siempre que cuento alguna historia relacionada al libro de Manolo José, las carcajadas no paran entre todo el que tubo en sus manos en algún momento el libro. Es una de esas memorias que te traen gratos recuerdos de tu juventud, de esos recuerdos que no importa cuánto tiempo pase, tan pronto te pasan por la mente, el semblante cambia y una sonrisa aparece. Recuerdos como el día que afeitamos el gato de Doña Clemencia y la cara que puso al verlo, la vez que Puro uso un collar de algarrobas por una semana entera por que le dijimos que era un afrodisiaco irresistible para las muchachas, o la vez que Parches se meó encima cuando lo amarramos al árbol lleno de orugas en la finca de Don Arcadio.

El famoso libro de Manolo José fue muchas cosas durante la "high school". Era un escondite, era un transporte, era un desahogo, fue parte importante aunque fuera por un solo día, de varios residentes de Villa Traición. Consistía en un diccionario de la lengua española que Manolo le robó a su padre y meticulosamente le cortó un espacio entre las páginas para que sirviera como un transporte secreto de contrabando en la escuela sin que se levantara ni una sospecha. Transportaba cigarillos, pornografía, exámenes robados, ropa interior de mujeres, entre otras cosas. En las páginas sobrantes, estaba lleno de notas útiles para cualquier estudiante, como los mejores escondites en o cerca de la escuela para irte con tu novia o para ir a fumar cigarros.

De todos estos cuentos el más gracioso y más conocido entre todos, fue el del día en que Jaime lo llevo a su casa, repleto de toda la colección de pornografía que los estudiantes de octavo grado de la escuela Anita Gertrudis Colón de Villa Traición habían acumulado a través de los años. Todos le advertimos de que lo debía cuidar con su vida y evitar a todo costo que callera en las manos equivocadas, que no debía dejarlo en ningún sitio, que no lo perdiera de vista y que si algo le pasaba, todos y cada uno de nosotros nos parariamos en fila y le patearíamos uno a uno hasta que nos cansaramos. Jaime en sus apuros y descuidos y a pesar de todas las advertencias, lo dejó en su cuarto encima de su escritorio entre sus otros libros, el mismo día en que su hermanita necesitaba un diccionario para su tarea de la clase de español. Espantada por las páginas de revistas europeas con mujeres haciendo cosas que nunca imaginaría que se hacían por el lugar donde orinaba y hasta una foto de Doña Leones sin ropa, se lo llevó a sus padres, los cuales interrogaron a Jaime y con poco esfuerzo, hicieron que apuntara a los culpables de su perversión. Sus padres reunieron a todos los padres de los involucrados, y hasta se entraron a trompadas, culminando la reunión cuando Don Miguel le rajó la cabeza a Don Corujo por que el hijo era el cabecilla y tenía la culpa. La mayoría de los padres estaban espantados, pero el padre de Manolo José, quien fue el creador del gran libro, se reía en su mente y sentía orgullo de lo que su hijo había hecho, pues en fin, eran niños explorando.

Dos semanas más tarde, después de que todas las distintas sentencias de castigo culminaran, todos se reunieron para planificar como se vengarían de Jaime. Sólo les diré que de ahí en adelante, la imagen de alguien desnudo en la mente de toda la escuela, era la de Jaime corriendo por la escuela con las manos amarradas y las nalgas pintadas con las palabras "No sé esconder ni mis nalgas".

Friday, October 3, 2008

La carne molida de Luisa

Hace mucho tiempo, cuando las amigas de mi mamá venían a visitarla los sábados en la noche, y se reunían a contarse chismes y a hablar de hombres casados, escuché, escondida detrás de la puerta, uno de esos cuentos. El mejor cuento, diría yo. Luisa, la esposa de Ernesto, el del carrito de hotdogs, contaba con efusividad cómo logró atrapar al hombre de su vida. Todos en Villa Traición sabían que Ernesto era mujeriego y que compraba servivios de prostitutas todos los sábados. Luisa contó cómo sus conocimientos de remedios caseros hicieron que Ernesto llegara a ella hipnotizado, como van las hormigas a los dulces de panadería. Luisa narró cómo su abuelita una vez le dijo que para atrapar a los hombres, las mujeres debían invitarlos a cenar a sus casas, y en los preparativos de la comida, debían estrujar pedazos de carne cruda por aquellos lugares del cuerpo que a los hombres vuelven locos. Luisa narró cómo fue a la carnicería de Don Rufino, compró tres libras de carne molida, y mientras la preparaba, se la estrujaba por todos sus "encantos", y se envolvió tanto, que hasta logró llegar al climax de la excitación sexual justo antes de que Juan, el cartero, la sorprendiera con la correspondencia del día. Todas ellas, señoras casadas y "serias", se morían de la risa con la historIa de Luisa.

La mejor parte de la historia fue cuando Luisa dijo que, luego de preparada la comida y de la llegada de Ernesto, éste, de sólo probar bocado, se lanzó sobre ella y comenzó a desnudarla. Mientras se mezclaban en caricas furtivas, y Ernesto se disponía a darle amor "allí", una pequeña porción de carne, algo así como una albondiga, se escurrió de la ropa interior de ella y fue a parar a la boca de Ernesto. Él, inmediamente comenzó a vomitar. Ella, luego de asistirlo, le contó la historia de la estrujaera de carne, y él, sólo por pensar que aquél cuento era el más erótico que le habían contado jamás, allí mismo le propuso matrimonio y a la semana siguiente, ya eran pareja oficial ante los ojos de Villa Traición.

El Día de la Maldad

Ese martes...

Nunca me olvidaré de ese martes. Desayuné un huevo revuelto con pan viejo al cual le quite algunos pedacitos por donde se comenzaba a poner verde, qué importa, sólo es un poquito de hongo. Vi el periódico, leí cómo las cosas no mejoraban en la capital, leí cómo una madre se suicidó después de ahogar a su niña, leí cómo ejecutaron a tres personas en un auto y luego lo quemaron todo, tres esqueletos carbonizados; hasta que me harté de la dósis diaria de todo sigue igual de mal. No sé ni para que leo el periódico todavía, malas costumbres.

Me duché, agua fría; que mala sensación meterse bajo una ducha fría, igual de mala que la sensación de cuando el doctor te pega en el pecho un estetoscopio congelado. Siempre quiero decirle: "Gracias doctor, eso es precisamente lo que me hacía falta, a usted no le hace falta un diente menos? Le puedo ayudar con eso". Pero ésta será la norma, varios meses de agua fría, pues ya se acerca la época de invierno y de menos baños... quién se puede bañar con esta agua tan fría? Eso es de locos. Me afeité, como odio afeitarme. Me vestí, los pantalones no olían muy bien, ese olor a mahón sudado, pero no se veían sucios, la camisa, limpia pero estrujada, quién tiene tiempo o interés planchar hoy en día. Mientras me amarraba los zapatos ,sentado frente al espejo, me vi a mí mismo, me fijé en mí, algo que no hacía hace mucho tiempo. "No está mal ese tipo en el espejo", me dije, "Pero no esta bien tampoco". Me paré, me miré fijamente a los ojos y decidí no ir a trabajar. Tal vez el primer error de una serie de errores ese día, o tal vez lo mejor que pude haber hecho. Todavía no he decidido.

"Qué hago con mi tiempo libre hoy?", me preguntaba en mis pensamientos y pensaba, y pensanba y la respuesta no llegaba. No me acordaba de qué me gustaba hacer, no me acordaba que me divertía, ese hombre en el espejo estaba peor de lo que pensaba.

"Bueno, pues salgo por la puerta, o tal vez por la ventana. Si, hoy se va por la ventana."

"Busco unas cervezas, no, mejor una botella de ron. Sí, ron, rápido, efectivo. Andaré jendío."