Friday, March 6, 2009

La lengua

Si le preguntas a cualquier mujer de Villa Tración, todas y cada una de ellas te harán cuentos de sus experiencias personales en el transporte público, porque la verdad es que montarse en esas guaguas siempre ha sido lo peor. Para nosotras las mujeres, es más que peor. Es una cadena de tragedias: los conductores conducen como locos; los conductores no se percatan cuando la guagua va repleta y aún así, siguen recogiendo personas en las paradas; cuando hay muchas personas, entonces no hay asientos disponibles, y si encuentras uno, rápido lo cedes al viejo suduroso o a la viejita coja, entonces tienes que quedarte de pie; entonces, tienes que agarrarte de alguna cosa porque de lo contrario cada vez que acelera la guagua o cada vez que se detiene, podrías irte rodando hacia atrás o hacia el frente. Pero, el mayor problema que tiene el transporte público de Villa Traición son los hombres.

Recuerdo que aquel día andaba con un humor de perros porque estuve esperando más de 30 minutos en una parada, iba tarde al trabajo y por tercer día consecutivo estaba lloviendo, así como de huracán. Por fin aparece la guagua. Por fin subo. Naturalmente, no había ni un solo asiento disponible. Maldije a mi abuela muerta por haber parido a mi madre, a mi madre por haberme parido a mí, y a mí por estar destinada a parir. Entonces, me quedé de pie. Al rato, me percato que estoy parada literalmente frente a un hombre que no dejaba de mirarme los pechos. Y es que hay que ser bien asqueroso, porque yo no tengo nada. Aquí no hay nada. Yo no tengo para nadie. Visiblemente molesta, le di la espalda. Entonces sentía sus dos ojos, uno en cada una de mis nalgas, y el escalofrío de saber que un hombre feo, viejo y sudado me estaba mirando. Un joven se dió cuenta de lo que pasaba y me ofreció su asiento. "Siempre he confiando en la bondad de los desconocidos". Sonreí, le di las gracias y me senté.

Ahora tenía mejor vista al panorama de la guagua. Una señora enorme no dejaba de ligarse al cartero quien a su vez, se ligaba a la madre soltera de pantalón apretado, camisa con escote y coche con bebé; un niño correteaba por encima de los que estábamos sentados, mientras su madre le meneaba el rabo al empresario de zapatos sucios y maletín roto; un novio le tocaba los muslos a su novia, y ella hablaba por su teléfono celular: "... que cuál es el número de Antonio! que no te oigo que ando en la guagua! ...". De pronto sentí que me miraban otra vez. Esta vez no me estaban mirando los pechos ni las nalgas. Esta vez me estaban sacando la lengua. Sí. Un hombre me miraba, guiñaba el ojo derecho, sacaba su lengua fuera de su boca y se mojaba los labios de manera obscena. Incrédula, mire hacia atrás y luego comprobé que en efecto, la lengua era para mí. Tuve la peor imagen mental: el desconocido, su lengua, mi boca, la gente, mi cuello, saliva, sus manos, y entonces me entró un asco horrible y se me erizó la piel.

Justo en ese momento se detuvo la guagua y por la salida de atrás, entró un deambulante. El conductor frenó en seco, al punto que el niñito fastidioso que correteaba por los asientos, se golpeó feo y empezó a llorar como si lo estuvieran destripando. El conductor quería que el deambulante entrara por la otra puerta y pagara. El demabulante no quería bajarse. El conductor que sí. El deambulante que no. Y en conductor que sí y el demabulante que no, y yo que me levanté del asiento y grité: "ESTE PUEBLO ES UNA GRAN MIERDA". Y me salí. Juré nunca más volverme a subir, pero quién rayos camina de un lugar a otro en este pueblo. O te mojas, o te pierdes o te mueres.

1 comment:

Mr. Finchley said...

JAJAJAJAJJAJA!!! pobre tipo sobandole el muslo a la jeva mientras habla con el chillo. Que mucho me reí. Rafael Sanches estaría de lo más orgulloso.