Wednesday, March 18, 2009

Protocolo

Miraba a todo el que estaba a su alrededor, quería ver quien lo miraba, quien lo observaba. Cuando hace contacto visual con alguien, rapido lo rompe, hace como si tubiera un proposito. Miraba el reloj, sacaba su mobil, volvía a mirar el reloj, pensarían que esperaba por alguien, pero realmente solo estaba parado ahí, al lado de la puerta del bar. Pasaban unos segundos y volvía a ver si quien lo miraba todavía lo hacía, casi nunca era así. Solo fue una mirada investigativa, de esas que uno le da a un perro que rebusca en la bolsa de basura en la acera. Decide entonces caminar, hacía ningún lugar en particular, pero con la urgencia de que lo esperan en aquella otra esquina. Cualquier otra esquina a la que prontamente llega y mira a sus alrededores con el mismo protocolo anterior, pero esta vez hace como si se le olvidara algo, y vuelve a donde estaba parado inicialmente, de un lado o del otro de la puerta del bar. No ve caras amigables ni nadie que lo espíe, así que entra al bar pide una cerveza y mientras espera que le sirvan examina las otras personas en el bar. Aparentan pasarla bien, conversan, ríen, beben, fuman al ritmo de la música del que monopoliza la bellonera con cinco pesos. Ese que canta y baila como si estubiera en la ducha de su casa despues de un día de playa.

Paga la cerveza, le da un sorbo, y decide hacer la fila del baño, aunque no tiene ganas ni necesidad de ir al baño. Llega al pasillo del baño, nada fuera de lo común aquí, personas que no se pueden quedar quietas por sus ganas de orinar y solo dos personas estan en fila, esta actividad la completará con rapidez. Mientras espera, sigue su protocolo de observación y de aparentar tener algo más importante que hacer, pero nadie en la fila dice nada, solo miran fijamente la puerta que dice "Caballeros". Del baño de hombres sale la persona que lo ocupaba, y entra el próximo en turno, mientras llegan dos mujeres con cervezas en las manos y sonrisas en las caras. Una de ellas lo mira y le pregunta si el baño de "Damas" esta ocupado a lo que contesta: "Sí, hay una mujer ahí hace como veinte minutos, o tiene algún problema que no queremos saber o hay que llamar a los bomberos para que la rescaten". Todos comparten una carcajada, de esas medias forzadas como cuando el jefe te dice un chiste, y vuelven al silencio. Las dos mujeres continuan su conversación previa y el trata de escuchar y reirse con ellas, pero ellas bajan la voz.

Casi simultaneamente salen de ambos baños los que los ocupaban y quedan solo él y una de las mujeres en sus respectivas filas, despues de que las dos mujeres se debatieran quien tenía más apuro. El intentaba hacer contacto visual con su compañera de fila de baño pero ella solo miraba las burbujas en el vaso de su trago y ocacionalmente el salón principal del bar. Mientras la analiza de arriba abajo, mirando sus pies con zandalias abiertas y sus dedos medios sucios de polvorin de carretera, del baño de hombres sale su ocupante, y al fin llega su turno. Entra al baño y busca un lugar para poner su cerveza, un lugar limpio en un baño de borrachos, un problema complicado de analisis alcoholico. Decide ponerla en el lavamanos, y se mira en el espejo. Se mira por uno o dos minutos y se acomoda el mechón de pelo que se esconde tras la oreja. Abre al grifo del lavamanos y deja el agua correr por unos segundos para luego volver a cerrarlo sin mojarse las manos, ni tan si quiera un dedo. Se mira un momentito más en el espejo, todo esta en orden, agarra su cerveza y sale nuevamente al bar. Así pasaba sus noches, así se las pasaba por Villa Traición.

Friday, March 6, 2009

La lengua

Si le preguntas a cualquier mujer de Villa Tración, todas y cada una de ellas te harán cuentos de sus experiencias personales en el transporte público, porque la verdad es que montarse en esas guaguas siempre ha sido lo peor. Para nosotras las mujeres, es más que peor. Es una cadena de tragedias: los conductores conducen como locos; los conductores no se percatan cuando la guagua va repleta y aún así, siguen recogiendo personas en las paradas; cuando hay muchas personas, entonces no hay asientos disponibles, y si encuentras uno, rápido lo cedes al viejo suduroso o a la viejita coja, entonces tienes que quedarte de pie; entonces, tienes que agarrarte de alguna cosa porque de lo contrario cada vez que acelera la guagua o cada vez que se detiene, podrías irte rodando hacia atrás o hacia el frente. Pero, el mayor problema que tiene el transporte público de Villa Traición son los hombres.

Recuerdo que aquel día andaba con un humor de perros porque estuve esperando más de 30 minutos en una parada, iba tarde al trabajo y por tercer día consecutivo estaba lloviendo, así como de huracán. Por fin aparece la guagua. Por fin subo. Naturalmente, no había ni un solo asiento disponible. Maldije a mi abuela muerta por haber parido a mi madre, a mi madre por haberme parido a mí, y a mí por estar destinada a parir. Entonces, me quedé de pie. Al rato, me percato que estoy parada literalmente frente a un hombre que no dejaba de mirarme los pechos. Y es que hay que ser bien asqueroso, porque yo no tengo nada. Aquí no hay nada. Yo no tengo para nadie. Visiblemente molesta, le di la espalda. Entonces sentía sus dos ojos, uno en cada una de mis nalgas, y el escalofrío de saber que un hombre feo, viejo y sudado me estaba mirando. Un joven se dió cuenta de lo que pasaba y me ofreció su asiento. "Siempre he confiando en la bondad de los desconocidos". Sonreí, le di las gracias y me senté.

Ahora tenía mejor vista al panorama de la guagua. Una señora enorme no dejaba de ligarse al cartero quien a su vez, se ligaba a la madre soltera de pantalón apretado, camisa con escote y coche con bebé; un niño correteaba por encima de los que estábamos sentados, mientras su madre le meneaba el rabo al empresario de zapatos sucios y maletín roto; un novio le tocaba los muslos a su novia, y ella hablaba por su teléfono celular: "... que cuál es el número de Antonio! que no te oigo que ando en la guagua! ...". De pronto sentí que me miraban otra vez. Esta vez no me estaban mirando los pechos ni las nalgas. Esta vez me estaban sacando la lengua. Sí. Un hombre me miraba, guiñaba el ojo derecho, sacaba su lengua fuera de su boca y se mojaba los labios de manera obscena. Incrédula, mire hacia atrás y luego comprobé que en efecto, la lengua era para mí. Tuve la peor imagen mental: el desconocido, su lengua, mi boca, la gente, mi cuello, saliva, sus manos, y entonces me entró un asco horrible y se me erizó la piel.

Justo en ese momento se detuvo la guagua y por la salida de atrás, entró un deambulante. El conductor frenó en seco, al punto que el niñito fastidioso que correteaba por los asientos, se golpeó feo y empezó a llorar como si lo estuvieran destripando. El conductor quería que el deambulante entrara por la otra puerta y pagara. El demabulante no quería bajarse. El conductor que sí. El deambulante que no. Y en conductor que sí y el demabulante que no, y yo que me levanté del asiento y grité: "ESTE PUEBLO ES UNA GRAN MIERDA". Y me salí. Juré nunca más volverme a subir, pero quién rayos camina de un lugar a otro en este pueblo. O te mojas, o te pierdes o te mueres.