Thursday, November 27, 2008

En el confesionario

Cuando llegué a Villa Traición tenía 25 años. Me sentía más lejos de mi familia que nunca. Acababan de ordenarme como sacerdote y me habían envíado a "guiar por el camino de la redención a las almas perdidas de Villa Traición". En realidad nada era diferente a lo que antes había visto, puesto que había hecho el seminario en la Santa Angustia: pueblo pequeño, ancianas religiosas, mujeres chismosas, borrachos, jóvenes desorientados, y así, todo lo que se ve en esos pueblos "olvidados por Dios", como dicen ellos mismos. Luego pasó lo peor.
Como se acostumbraba, los sábados eran días de confesiones. Se abría el templo desde temprano y así, acudían todos los que quisieran confesarse. Padre Rafael y Padre Andrés confesaban de 8:00 a 10:30 y, Padre Benito y yo, confesábamos de 10:30 a 12 del mediodía. Durante esas horas, puedo jurar que escuchaba de todo. "Padre, llevo mirando con malos ojos a mi cuñada, desde hace más de diez años", "Padre, le saco veinte dólares a mi marido de la cartera, cada vez que se emborracha... pero, mire usted, le estoy haciendo un favor...", "Padre, pero entiéndame... soy un campesino, no tengo mujer... entre las vacas y las mujeres no hay mucha diferencia ...". Hasta que un día de verano, entró ella a confesarse. Ya la había visto antes. Iba a la misa con sus padres todos los domingos. Confieso que siempre la miraba con disimulo. En las noches pensaba en ella y luego pasaba horas cuestionándole a Dios porqué me había puesto una distracción en el camino. Siempre me cuidaba de ese tipo de cosas. Después de todo soy hombre.
Ella nunca se confesaba conmigo. Nunca coincidíamos. Pero ese sábado, cuando la vi entrar al confesionario, me puse muy nervioso. Estaba sudando. Ella, tan pronto entró, se quitó la mantilla y se arrodilló. Yo estaba tan nervioso, que ni la miré a los ojos y hasta olvidé decir el Ave María Purísima. Ella lo dijo por mí. De pronto sentí como si fuese yo el que tuviera algo que confesar. Ella me miraba todo el tiempo. Tú sabes cuando alguien te está mirando. Yo no podía respirar.
"Padre, yo sé que usted se la pasa mirándome... ¿Porqué no me mira a la cara ahora?". Yo no dije nada. ¿Qué uno contesta cuando le dicen algo así? La miré. "Padre... ... ... voy a pasarme hasta donde está usted". Se levantó, corrió la cortina, salió y entró hasta donde estaba yo. Se sentó en mi falda. "Ya no queda nadie para confesarse... el otro Padre ya salió también...Padre... estamos solos". Y me besó. Estaba confundido. ¿Quién se resiste a eso? La besé fuerte. Me interrumpió. Se quitó el traje. Me bajó los pantalones. Lo demás es historia. En ese confesionario quedaron los mejores veinte minutos de mi vida.
En la noche, conversando en el balcón con los demás sacerdotes, pensaba en ella. En todo lo que me dijo al oído. En todo lo que me hizo. Sentía que me iba a desmayar. Tiempo después, la mandaron a estudiar al extranjero, y a mí, me mandaron de misionero a Los Desaparecidos. Nunca más la volví a ver.

Monday, November 10, 2008

.Carmen, la madre de Rafael.

Todo el mundo recuerda, con alegría o con pesar, el cuento de cuando se pierde la virginidad. Cuando estábamos todos en la escuela, a la hora del recreo, todos escuchábamos atentos las historias de sexo escandoloso que Manuel contaba, de cuando se escapaba de su casa para visitar El Jardín de Doña Margot, el prostíbulo más concurrido de Villa Traición. Contaba de cómo pasaba hasta la madrugada dejándonse masajear todo por Rosita, la estrella del prostíbulo y de cómo ella le obligaba a recitar avemarías cada vez que se estrujaban; o cuando Alberto, el hijo de Don Fernando -el banquero- contaba cómo él y Margarita se subían al techo de su casa a prácticar el "helicóptero húngaro"; o cuando Ramón nos mostraba los papeles con dibujos obscenos que se pasaban él y Andrea, en la clase de Historia. Y así todos celebrábamos las "desvirgadas", y así los demás contaban sus historias de sexo, y yo nunca tenía qué contar. Me daba verguenza ser el único que no tuviera cuentos así. Con qué tiempo. Salía de la escuela y tenía prácticas de pelota, y luego tenía que practicar el violín, y además, ninguna nena de la escuela me hacía caso.

Luego sí tuve qué contar, pero nunca lo hice. Resulta que un sábado, Rafael iba a dar una fiesta en su casa. Las fiestas en su casa eran LAS MEJORES, porque su madre -divorciada- nos dejaba hacer de todo sin molestar. La verdad es que Carmen -su madre- era de éstas mujeres que se habían casado jóvenes, y claro, Rafael tenía 17 años, y su mamá parecía de 25. Naturalmente, todos nos la ligábamos y coméntabamos entre nosotros lo bien que se veía -claro, sin decirle nada a Rafael-. Tengo que confesar que Carmen fue, por mucho tiempo, la causa de mis masturbaciones de adolescente. Entonces... fuimos a la fiesta. Yo traté de "conectar" con María Elena, pero claro, sin resultados satisfactorios. Nos pusimos a tomar como dementes porque Manuel preparó "el destructor", un trago demoniaco que en realidad era la mezcla irresponsable de como 45 licores. Terminamos todos borrachísimos, con la diferencia que yo, estaba al borde de la inconsciencia.

Me fui tambaleando hasta un cuarto, me acosté en la cama y todo comenzó a dar vueltas. Escuchaba la voz de mi madre dando vueltas en mi cabeza: "... Si te ofrecen alcohol, di NO!...". Odié a mi madre en ese momento. Claro, en las volteretas, me vomité completo, vomité todo. De pronto, sentí que me levantaban de la cama, Y casi arrastrándome, me trasladaban a otro lugar. Seguí vomitando. Me quitaron la ropa y me metieron de cabeza en una ducha. No entendía nada. Luego me sacaron de la ducha y me acostaron en el piso. Luego, ví así, con visión de borracho, cómo la madre de Rafael se quitaba la ropa. Ahí ya no me sentía tan borracho. En un período de tiempo relativamente corto, la madre de Rafael me estrujó hasta el cansancio. Recuerdo que me dijo muchas cosas al oído, pero no logro recordar más que un "¿Te gusta?". Recuerdo haber contestado "sí". Al final, me vistió, me pasó la lengua por todo el cuello y las orejas, y me dijo: "Shhh, éste es nuestro secreto". Luego salió del baño. Al rato salí yo. Nadie se dio cuenta de lo que había pasado. Nunca dije nada.