Thursday, February 24, 2011

Alejandrina

A mí papá no le gustó cuando Alejandrina decidió que quería ser monja. "Es una niña. Tus hermanas le han metido en la cabeza este disparate... ni que monja... estar rezando todo el día no le hace bien a nadie", le dijo un día a mamá. Mamá no decía nada. Papá discutía más. Y entonces comenzaban a discutir y mentar tíos borrachones, tías beatas, primas prostitutas y demás familiares imperfectos.
Llegó el día en que Alejandrina salía de la casa para convertirse en religiosa. Esa mañana se encerró en el baño con mamá por horas. Nadie sabe lo que allí se dijo, pero cuando salieron juntas de allí, Alejandrina tenía el pelo corto, como el de los nenes, tenía marcas en el cuello ,y mamá tenía la cara roja, como si hubiera llorado por ella, por todos, por la vida.
Alejandrina ya no era Alejandrina. Ahora vestía un hábito azul marino y se hacía llamar Sor María electa de Jesús. La primera vez que llegó a la casa, a visitarnos, parecía tranquila, muy serena. Yo no entendía nada. No le pregunté cosas. Nos comportamos como siempre. Le conté sobre los chismes del pueblo: que Josefa se había ido de la casa con Manolito, que se habían fugado, y que los habían visto nadar desnudos en el río; que el padre Jaime se había emborrachado una noche, y que sacó fuera de la iglesia crucifijos, copones y sotanas, y que se las había regalado a todos lo que presenciaban el espectáculo asombrados. Y así, le dije todo. Ella se reía a carcajadas. Antes de irse esa tarde, me regaló una medallita de San Judas Tadeo y me dijo: "Préndela todos los días de la ropa que lleves puesta. Te protegerá". Esa fue la última vez que la vi.
Al día siguiente, antes del mediodía, el teléfono sonó y papá contestó. Se puso pálido, buscó apoyo en la pared y tiró el teléfono al piso. Mamá, en lugar de auxiliarle, agarró el teléfono. Se desmayó.
Alejandrina, junto con tres hermanas de su congregación, murieron quemadas. Encontraron el auto donde viajaban en un bosque, y los cuerpos calcinados a varios metros de allí, excepto el de Alejandrina. El de ella estaba más adentrado en el bosque. Tenía un puñal espetado en el corazón. Nadie sabe qué sucedió esa noche. En el auto encontraron objetos de tortura, libros eróticos, y otras cosas que no me atrevo mencionar.
Ya han pasado 30 años de su muerte, y aún recuerdo cuando nos confesábamos cosas. Como la vez que le dije que me gustaba Benjamín, y cuando ella me confesó que quería tocarle los muslos a Clara.