Tuesday, December 8, 2009

Realmente no era una mujer fea, pero de verla como que se te paraban los pelos y se te ponía la piel de gallina. Doña Georgina Rodríguez era una de esas señoras que las recuerdas viejas desde que tienes razón de ser. Flaca como una espiga, un tanto encorbada y siempre vestida con las mejores galas de tiempos pasados. Lapiz labial vino, cartera y zapatos que hacían juego y un peinado que de seguro se lo hizo a los 15 años y como vio que le quedaba muy bien, pues se lo dejó toda la vida. De caminar lento y de voz grave. Tenía gracia,Doña Georgina Rodríguez, pero la verdad es que espantaba hasta al niño más simpático. La llamábamos "bruja", y es que todos sabían que a Doña Georgina le gustaban esas cosas de mandar a hacer trabajitos, prender velas y de decir plegarias y refranes extraños. Nunca olvidaré un día que vino a visitarnos y estaban mi abuela y ella hablando de gente muerta, de velorios y funerales, y yo jugando cerca de ambas. Yo comencé a silbar la canción que cantaba mi abuelo cuando se iba al huerto a recoger tomates, y Doña Georgina detuvo la conversación, me agarró violentamente por el brazo y me dijo: "De noche no se pita".
Un día... yo tenía como 10 años... estábamos todos celebrando los festejos navideños en la casa de mi tío Rómulo. Mis tíos acaban de cantar Tengo mi finquita, tengo mi bohío, y una jibarita linda que es el amor mío, y cuando ya todos estaban guardando sus instrumentos para continuar la fiesta, de pronto entró Doña Georgina por la puerta principal de la casa, como alma que llevaba el Diablo. No hizo más que abrir la puerta, poner un pie en la casa, y el árbol de Navidad se tambaleó, entró una brisa helada de esa que se mete por los huesos y la gente gritó. Mi prima Lucía, que para aquél entonces estaba de cuatro meses de embarazo, gritó que el niño se le meneaba como una culebra en el vientre; Don Fermín se tiró al piso, y en la caída se agarró fuerte de las faldas de Doña Josefa, y casi la deja semidesnuda; Doña Leonor, Doña Virginia y mi mamá se desmayaron en cadena y Tío Chano empezó a hablar en lenguas; los niños se escondieron bajo las faldas de sus madres y mi papá se agarraba el corazón como si fuese a darle un infarto.
Así mismo como entró, así mismo salió de la casa, no sin antes mirar a cada uno de los que estaban allí con cara de muerte. Al salir se llevó la brisa helada y los supiros de todos los que allí estábamos. Naturalmente, la fiesta se acabó justo en ese momento, guardaron instrumentos, recogieron la comida, cerraron portones, se montaron en los carros y a dormir.
Al otro día, recibimos la noticia que Doña Georgina había muerto. Murió sola. Cuando la encontraron, estaba sentada en su mecedora, con los ojos abiertos, vistiendo su traje negro de encajes dorados y con su gato, Jinete Rodríguez, en su regazo. El gato también estaba muerto.

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